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Foto del escritorMarta La Chata Alvarez

La feminización de la pobreza y el feminismo popular

Actualizado: 7 oct 2020

Es sabido que desde siempre las mujeres nos hemos encargado de las tareas de la casa y que lejos de ser insignificantes estos menesteres son parte necesaria y fundante, nada más ni nada menos que, del proceso de producción y reproducción capitalista. Además de serlo también de la especie humana, al menos hasta el momento, dado que seguimos siendo las mujeres las que nos embarazamos, parimos y criamos. Las mujeres estamos a cargo de alimentar, cuidar, educar y “amar” a la mano de obra de obra activa- esposos y hombres adultos- y de la mano de obra potencial, asegurando su reproducción por me-dio de la crianza y cuidado de los hijos. Pero como si esto fuera poco, se suman a nuestro catálogo de tareas “humanitarias” otras, como es el cuidado de adultos mayores y enfermos del núcleo familiar.

     Se ha dicho hasta el cansancio, que es una tarea ingrata, poco reconocida, mal paga o directamente gratuita la de ama de casa. Pocas- o ninguna- de las veces se dice que se trata de un ocultamiento intencional y deliberado. Puesto que no hay nada más eficaz para la dominación que la naturalización de sus dispositivos. Tal como ocurre con la pobreza, se suele argumentar que esto siempre fue así; desde que el mundo es mundo y que además no va a cambiar. Desde el feminismo decimos todo lo contrario: “Se va a caer!!” ... o deberíamos decir, se van a caer!? El trabajo doméstico es parte fundante del sistema de producción y reproducción capitalista y patriarcal, y su ocultamiento como su naturalización son los dispositivos más eficaces de dicha dominación.

     Ahora bien, si a la desigualdad de género y supremacía patriarcal le sumamos las desigualdades sociales y de clase, estamos hablando de una doble opresión que padecen las mujeres de los sectores populares. Las mujeres de los barrios y villas sufren hasta aquí, una doble opresión, a la que se le suma, además, como parte de esa misma matriz de subsunción, el analfabetismo y la escasa preparación para el mundo laboral. Por lo que sus expectativas y aspiraciones a la hora de con-seguir un empleo difícilmente superen por mucho las que ya hacen a diario en el seno de su grupo familiar. De tal manera que, nuestras mujeres y pibas engrosan a diario la demanda para ocupar las vacan-tes de empleadas domésticas, niñeras, cuidadoras, cocineras, tareas de higiene, enfermeras y maestras- en el mejor de los casos. La mayoría de ellas suelen ser madres adolescentes también - sin querer entrar por el momento en la discusión si ese embarazo fue deseado o no- lo concreto es que ese disruptivo cambio de estatus de piba a madre viene a contribuir, con la extensa lista de tareas sacrificadas y mal pagas de nuestras pibas/mujeres de los barrios y a complicar su preparación para el mundo laboral.

     Si a esa doble opresión mencionada, le agregamos lo racial, inseparable de nuestra América toda, por la criminalización y el ocultamiento de lo afrodescendiente, pero también de lo indígena en la América hispana, recién ahí nos estaríamos acercando a un concepto o a un perfil de un feminismo popular. En el que se conjugan y materializan los elementos constitutivos de una triple opresión: capitalismo, patriarcado y raza blanca. Cuando hablamos de racismo y de raza, lo hacemos siguiendo el concepto moderno- de modernidad- e histórico- dado que tiene lugar, fecha y ejecutores- de Rita Segato en Críticas de la colonialidad. Ella distingue racismo de etnicismo y xenofobia para centrarse en el principio colonialista de raza trazado en los inicios de la expansión capitalista- siglos XV, XVI...- en el que se pondera lo europeo, blanco y occidental por sobre todo lo demás. “La idea de raza es, con toda seguridad, el más eficaz instrumento de dominación social inventado en los últimos 500 años”.

     La raza en sentido fisonómico, la que se imprime en los cuerpos de nuestras dulces nodrizas, de la alegre candombera, de nuestra chinita campesina, de la “la india de M....”; de la negra de M.., de la mulata P.... Abundan los testimonios históricos, policiales y literarios que hacen referencia a ello, a los rasgos físicos claramente racistas y discrimina-torios como único móvil de un destino trágico y finales infelices en la época de la colonia y de después también. Se trata de algo observable a simple vista, por eso no es encuadrable en lo étnico. Academicismo culposo, tal vez éste último, que pretende borrar con saliva una historia escrita a sangre y fuego en los cuerpos de nuestra América.

Por otra parte, es cierto que en los contextos de crisis o cuando las papas queman son nuestras luchonas, nuestras 4x4 o simples señoras amas de casa del campo popular, las que se arremangan para salir a parar la olla en la casa, en los barrios, en los merenderos y en los clubes, en las calles y en las rutas. No ha sido distinto en esta pandemia y en la entrega de la canasta en las escuelas, dado que nuestra base está compuesta mayoritariamente por mujeres. También en la salud, son nuestras enfermeras las que están en la línea de fuego. La feminización de la pobreza es, por lo tanto, un hecho estructural que se pone de manifiesto o se visibiliza en los momentos de crisis, pero lamentablemente es y ha sido siempre así, hasta que logremos una igualdad completa, que dé por tierra con la triple opresión de nuestras pibas y mujeres de las barriadas populares. 

*Militante y feminista. Profesora de Historia

y Docente orillera, del Sur de La Ciudad.

 

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