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Foto del escritorJorge Enea Spilimbergo

El Desempleo Estructural Es Funcional al Capitalismo


El caso argentino, aunque agudo, se inscribe en un fenómeno mundial: la ofensiva contra la fuerza del trabajo, desatada bajo la tercera “revolución tecnológica”


Jorge E. Spilimbergo


Izquierda Nacional Nº 3 Setiembre de 1996


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Seria Injusto culpar a Menem, exclusivamente, de la dramática tasa de desocupación que padecemos. Se trata de un fenómeno mundial, aunque en modo alguno inevitable. Apunta a un objetivo básico: disminuir la masa salarial como porcentaje del producto global creado por el trabajo humano.


Cuando el movimiento obrero logra frenar la ofensiva directa contra las fuerzas del trabajo, los salarios y las condiciones laborales sufren menos recortes, pero al precio de aumentar la desocupación. Es lo que ocurre en los llamados “estados de bienestar” de la Europa Occidental.


Cuando la vulnerabilidad del Trabajo es mayor, como en EEUU, la tasa de desocupación resulta más baja, pero al precio de recortar salarios y empeorar el régimen laboral.


En ambos casos, por distintas vías, la masa salarial disminuye en beneficio de las multinacionales y, sobre todo, de la gigantesca especulación financiera en la “aldea global” en que se ha transformado el mundo.


La especulación informática


(Por primera vez, el capital financiero especulativo se ha independizado casi absolutamente del capital productivo. Lenin llamó "capital financiero" al ensamble entre el capital industrial y el capital bancario, propio de la fase imperialista del capitalismo. Subrayó que en ese ensamble tenía primacía el capital bancario, dominando al industrial. En la década del '60, economistas marxistas como Baran y Sweezy sostuvieron que esa supeditación se había revertido, y que los conglomerados industriales tendían a generar sus propios circuitos bancarios. Pero en uno y otro caso no se discutía, como decimos, la vinculación entre ambas esferas. –


Lo nuevo, hoy, es que el capital especulativo se ha independizado de la producción y opera en forma puramente parasitaria, saltando (computadoras y fax mediante) de bolsa en bolsa según el ritmo de los husos horarios. Esta succión voraz golpea primordialmente, como es lógico, a los países dependientes como la Argentina.


La tercera revolución tecnológica


El fenómeno de la degradación salarial y laboral coincide, paradójicamente, con la tercera revolución tecnológica (informática, robótica, biotecnología) que sucede a la del vapor y el hierro de fines del s. XVIII y principios del XIX, ya la de la electricidad, el motor a explosión y el acero de fines del XIX y principios del XX. Las anteriores crearon desempleo, pronto reabsorbido, sin embargo, por el incremento de los mercados y de la producción. El trabajo de las mujeres y los niños fue el estigma, por ejemplo, de la primera revolución industrial.


La revolución informática y robótica, en cambio, genera un desempleo estructural y permanente, y el "escándalo" (así lo califica la "Laborem Exercens" de Juan Pablo II) vuelve superfluo, en gran medida, a una parte creciente del trabajo humano. En ese marco ( que no excusa y sí acusa), sobreviene el desempleo argentino, abarcando del 30 al 50 por ciento (según el método de análisis) de la población económicamente activa.


¿Disminuir la jornada de trabajo?


Obviamente, el flagelo podría ser controlado por las principales economías capitalistas y regularse en consecuencia a nivel mundial. Bastaría (¡qué fácil decirlo!) con un acuerdo entre los grandes para reducir sustancialmente la jornada de trabajo.


La lógica de semejante solución es aplastante. Baste calcular cuánto ha aumentado la productividad del trabajo humano (manual e intelectual) en los últimos cien o cincuenta años. Se supone que un salto tan prodigioso debería repercutir en el bienestar de la población mundial: mejores salarios y condiciones laborales, incremento del ocio. Pero es precisamente al revés.


Lo que cunde es el desempleo, la precarización y la pobreza. Se ha vuelto lugar común el hablar del "fin del Estado de bienestar", que se expandió en las economías avanzadas y en otras como la argentina a partir de la segunda posguerra. El capitalismo mundial multiplica simultáneamente la riqueza (real y potencial) y la miseria en todos sus aspectos.


Esta realidad absurda es aceptada como algo natural, tan imperativo como que el sol se pone por el oeste y sobreviene la noche, y que tras el calor del verano hay que apechugar el frío del invierno. Que cada nuevo invento prometa ..desastres sociales no sería un escándalo sino el fruto del orden natural de las cosas.


Tal situación, digna de encabritar a un muerto, es edulcorada con la promesa de que al sacrificio actual sucederá el reino de la bonanza. Pero esta promesa es como el horizonte: más lo perseguimos, más se aleja, como el "hoy no se fía, mañana sí" del cartelito del almacenero.


Raíz estructural del desempleo


En realidad, semejante situación no obedece a ineluctables "causas naturales", sino a dos aspectos orgánicos del sistema capitalista mundial: la anarquía de la producción y la lucha de clases.


El capitalismo altamente concentrado de nuestros días sigue siendo, por su naturaleza, un capitalismo fragmentado. Los tres grandes grupos imperialistas, EEUU, Unión Europea, Japón, se disputan ferozmente la hegemonía del mercado mundial. Actúan así impelidos por el descenso de la tasa de ganancia a consecuencia de la caída de la participación del capital variable (salarios) en el conjunto del capital global.


A consecuencia de ello, deben incrementar la explotación de la fuerza de trabajo, internamente, y, sobre todo, hacia la periferia dependiente. De esta manera, la fuerza de trabajo se convierte en la variable de ajuste echada sobre el tapete en la competencia entre los conglomerados económicos.


La vieja predicción de Marx sobre la polarización entre la riqueza creciente de la burguesía y la pauperización en aumento de los trabajadores (un pronóstico ridiculizado como locura hegeliana por los revisionistas socialdemócratas de principios de siglo) pasa a cumplirse literalmente en nuestros días.


Ninguno de los bloques podría reducir unilateralmente la jornada de trabajo respetando los actuales salarios porque el competidor extranjero lo devoraría ...y viceversa. La posibilidad de un acuerdo internacional que neutralice la competencia salarial aparece como remota dada la dependencia de los gobiernos centrales respecto a sus propias burguesías. Pero los más lúcidos comienzan a advertir que el destino "malayo" aguarda a sus propios pueblos metropolitanos, dado este juego infernal en que se duplican, como en el póquer, las apuestas.


Capitalismo y dominación


En segundo lugar, el capital no es sólo una categoría económica, sino un instrumento de poder y dominación sobre los destinos humanos. Dado el incremento exponencial de la productividad del trabajo en el curso del siglo, la posibilidad de restringir drásticamente la jornada a tres o cuatro horas diarias en el lapso de una generación (garantizando de este modo la plena ocupación, sin disminuir los salarios) es técnicamente posible. Pero ello convertiría al capital en un factor periférico a la existencia humana. ¿Quién le temería, e, incluso, quién temería al desempleo?


Por eso, la clase capitalista se ha negado orgánicamente a disminuir la jornada de sus planteles laborales. Si un solo trabajador, digamos' metalúrgico, puede hacer, gracias al salto tecnológico, la tarea de dos, no se les reduce a ambos la jornada a la mitad, sino que se terceriza inútilmente a uno de ellos, o se lo excluye como desempleado crónico.


Y así, en su triple carácter de ocupado bajo el terror del despido, de empleado terciario deslomándose en tareas superfluas, o de calcinado por el hielo ardiente del desempleo, el género humano gime bajo la tiranía gerencial. El capitalismo recrea incesantemente la escasez en medio de la abundancia.


Desempleo y lucha de clases


Tanto la hipertrofia del terciario como, peor aún, el desempleo estructural y permanente, son un mazazo asestado al mundo del trabajo, al que se pretende imponerle una rendición incondicional. La tercera revolución tecnológica ha agudizado este proceso feroz y despiadado.


De la boca para afuera manifiestan su preocupación por el creciente desempleo. En cierto modo les preocupa, pero no en términos de compasión por el sufrimiento humano, sino por miedo al llamado estallido social, más temido que las trompetas del Juicio Final, en que todos seremos llamados a rendir cuentas. Pero el desempleo es para ellos la carta del triunfo, la herramienta que les permita sobre explotar crecientemente a los planteles aún ocupados, o a los readmitidos del fondo de despedidos. No se trata, pues, de combatirlo, sino de graduarlo sabiamente.


De este modo, en buena medida, el avance tecnológico pasa a utilizarse como herramienta de la lucha de clases de la burguesía contra los trabajadores. Innovaciones relativamente onerosas para nuestra economía (dada la baratura de la fuerza de trabajo en comparación con la de los países centrales) son adoptadas, sin embargo, con la finalidad política de desarmar al pueblo trabajador y someterlo acrecientes "desregulaciones". Inconveniente desde el punto de vista económico, esta hipertrofia tecnológica consolida el poder succionador del "establishment".


Del ejército industrial de reserva al ejército permanente de desocupados


Marx habló del "ejército industrial de reserva" como institución necesaria del régimen capitalista. Este "ejército" se formaba en los periodos de crisis con los expulsados de las empresas" en quiebra. Al sobrevenir el auge económico, el ejército de reserva se vaciaba paulatinamente y los despedidos regresaban a la producción. La condición de desempleado era, pues, una condición dolorosa pero transitoria. Un desempleado era un futuro trabajador activo.


Hoy no puede hablarse de un "ejército industrial de reserva" sino de un "ejército permanente de desocupados". Un trabajador activo es un futuro desempleado. Por lo tanto, su capacidad de resistencia a la sobre-explotación queda vulnerada.


Esta precarización del trabajador activo es el desquite de la burguesía frente a las conquistas que la lucha sindical y política de los trabajadores pudo arrancarle en las décadas precedentes. Naturalmente, ellos invocan esas luchas para responsabilizarlas de las actuales dificultades. ¡El victimario culpa a sus víctimas!


El carácter político, de la encrucijada está a la vista. Solo un nuevo poder abierto al pueblo y liberado de la férula capitalista podrá conferir a la presente revolución tecnológica un carácter humano y liberador.


Se equivocan en esto quienes hablan “desaparición” de la clase trabajadora. Por el contrario ella está llamada a generar respuestas radicales a esta, degradación hacia la barbarie a la que nos empuja la inercia de la explotación capitalista


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