En los últimos tiempos aparecieron en distintos medios y redes sociales diversas publicaciones que hablan sobre ambientalismo bobo, ambientalismo naif, etc. Algunas de ellas hacen referencia a situaciones puntales, como el conflicto en Chubut por la cuestión minera o en algunos casos otras más generales, como la relación entre desarrollo y ambiente y el rol de ciertas actividades económicas.
Muchas de estas publicaciones siguen claramente una concepción teórica que a la luz de experiencias historias asume el rol de actividades tales como la minería y la industria tecnológica como elementales para un desarrollo económico que posibilite condiciones de bienestar para crecientes sectores sociales. Incluso en algunos casos como elementos imprescindibles para una transición hacia una matriz energética más sustentable o la inserción en posibles mercados futuros, como el de los autos eléctricos.
Claramente, los argumentos de estas posiciones ligadas en muchos casos al campo nacional y popular tienen un sustento teórico y práctico sólido, el cual comparto en algún sentido.Resulta fácil criticar desde una concepción ecologista y bregar por el abandono de ciertas actividades únicamente porque afectan el medio ambiente. Lo verdaderamente difícil es proponer soluciones concretas que sean viables política, social y económicamente.
Sin embargo, simplificar englobando al ecologismo/ambientalismo en una sola posición es un grave error. Con el crecimiento de la cuestión ecológica como una problemática clave para el presente y el futuro, se han multiplicado las corrientes dentro de su interior, diferenciándose no sólo en el diagnóstico sino también en cuanto a sus soluciones alternativas. Existen ya varios trabajos teóricos en relación a las variantes o corrientes dentro del ecologismo. Políticamente, sin embargo, la principal contradicción parece darse entre las posiciones que lo abordan como un elemento clave a futuro de la inclusión social y aquellas que desde el liberalismo proponen cambios de actitud individuales y soluciones de mercado como abordaje de la problemática.
La diferencia entre estas dos concepciones no es menor. El ambientalismo popular tiene claro que las consecuencias ecológicas del modelo de producción y consumo actual recaen siempre sobre los sectores más vulnerables, por lo cual necesariamente la crítica ecológica se vuelve la critica a un modelo desarrollo que sigue dejando de lado cada vez más gente. El enfoque liberal, por su parte, fomenta cambios actitudinales en relación al consumo como elementos clave de la solución, lo cual no solo muestra su ingenuidad al desconocer el comportamiento social, sino que también apunta a soluciones exclusivamente elitistas, para sectores que pueden modificar sus prácticas gracias a un mayor poder adquisitivo, que no son aplicables para el conjunto de la sociedad.
Tiendo esto en consideración, si las críticas de las posiciones ligadas al desarrollo como un elemento clave en un proyecto nacional y popular no identifican las diferentes corrientes dentro del ecologismo a la hora de posicionarse frente a la cuestión, es probable que se fortalezcan las concepciones negacionistas frente a los conflictos ecológicos. Un claro ejemplo de esto son los grupos como Heartland, quienes afirman que el cambio climático es una conspiración de izquierda. Estas posiciones, en general, responden a intereses económicos para la continuidad de ciertos negocios que solo favorecen a algunos pocos o aquellas que solo proponen soluciones individualistas y vía el mercado.
El problema de fondo de la disputa es que las posturas que defienden el desarrollo pueden terminar convirtiéndolo en un fin en sí mismo, en vez de entenderlo como un posible camino para alcanzar la inclusión de vastos sectores sociales. Mientras que las posiciones alineadas a un ambientalismo popular, pueden fracasar al no poder constituir un proyecto que sea realmente viable en términos económicos, sociales y políticos.
¿Esto significa que, en el Sur, las causas nacionales y populares y los reclamos ambientales necesariamente están en un conflicto insalvable? Considero que no.
Por ejemplo, en relación a dos cuestiones fundamentales para la Argentina y sobre las cuales se concentra gran parte del debate, como es el caso de la agricultura y la minería, existen posibles soluciones que no necesariamente llevarían a la imposibilidad de seguir adelante con ellas ni tampoco ignorar los reclamos por la contaminación y los efectos de los agro tóxicos o ciertos métodos de la minería a cielo abierto.
En el caso de la agricultura, experiencias ligadas a las cooperativas o a la agricultura familiar, que han impulsado el modelo agroecológico, han mostrado excelentes resultados en relación a la producción de alimentos, generando el 70% a nivel mundial en solo un 25% de la tierra [i]. Replicar este modelo en algunos cultivos podría significar mejoras ambientales y económicas para vastos sectores.
Si hablamos de minería, la discusión no debe ser su prohibición o no, sino cómo es posible transformar el modo actual de explotación para que esta actividad fundamental siga adelante, pero en forma ecológicamente sustentable. En el caso puntual del litio, un componente clave para la eliminación de los combustibles fósiles, avanzar en su explotación es necesario. Pero si no entendemos que hay que modificar no solo el tipo de combustible que usamos, sino todo el sistema de transporte actual, no existe litio en el mundo que alcance para seguir produciendo autos como se hace actualmente. Y eso también debe ser parte de la discusión.
La inclusión de una perspectiva ambiental dentro de las fuerzas políticas ligadas a un proyecto nacional y popular y en movimientos sociales, son muestras tangibles de que es posible compatibilizar ambas demandas. Incluso, me animaría a decir que a futuro se volverán inseparables: frente al agravamiento de las consecuencias ambientales, justicia social y justicia ecológica se tornarán indivisibles.
Ante el crecimiento de movimientos que pugnan por soluciones a la crisis ecológica en ciernes, fortalecer el diálogo entre estas posiciones es clave para forjar un programa que pueda incluir ambas. En el caso de nuestro país, un mayor conocimiento de las diferentes corrientes ecologistas, en algunos casos ligadas a concepciones nacidas desde la propia Latinoamérica y nuestras raíces originarias, como la del “Buen Vivir” u otras que lo hacen desde una mirada de género, como el ecofeminismo, son esenciales para avanzar en el debate. En el caso de las posiciones ecológicas, debemos profundizar los análisis políticos y económicos para poder elaborar un proyecto realmente viable que simplemente no deseche cualquier acercamiento al objetivo. Es necesario avanzar rápidamente en reformas de fondo para atacar un problema que se está volviendo agraviante, pero siempre sigue siendo mejor avanzar poco que no avanzar nada.
A la luz de lo que pasa en muchos países europeos - donde partidos ecologistas terminan formando alianzas con el liberalismo e incluso con fuerzas políticas de extrema derecha - y también en Latinoamérica, donde las criticas ecológicas por “izquierda” debilitaron los proyectos nacionales y populares, lo que no hay que perder de vista es que este debate no tiene nada que ver con las formas. Es un debate de fondo: o las posiciones ligadas a las corrientes nacionales y populares y los ambientalismos populares encuentran una formar de avanzar en una agenda común en Argentina y toda Latinoamérica o probamente las fuerzas neoliberales que ven al ecologismo solo como un negocio se fortalezcan y sigan dominando la región.
Lic, Juan Ignacio Salerno Ercolani
Investigador del GEMHA
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